El FANATISMO RELIGIOSO que desde mi punto de vista es contrario a la misericordia y al amor. Muchas veces he pensado que el problema no está tanto en lo que creemos sino en cómo vivimos lo que creemos pues cuando se vive de forma radical y extrema en vez de acercar a las personas la aleja del amor de Dios.
El fanatismo religioso tiene como punto de partida una dimensión afectiva desintegrada en la vida de quien lo vive. Es muy probable que la persona que de adulto se convierte en fanático religioso, es porque en su infancia no se experimentó amado por sus padres quizás no hubo una identificación adecuada con su rol materno.
El fanático religioso de origen quizás proviene de una familia disfuncional, donde las necesidades afectivas no fueron bien nutridas y la figura paterna haya infundido un ambiente muy rígido en la educación. Muchas de estas personas cuando crecen llegan a su vida adulta desvalidos afectivamente y en este marco contextual se topan con la religión. Algunos por casualidad, otros porque buscan saciar ese vacío interior con “algo” que los ayude a sentirse mejor, como una especie de “terapia sobrenatural”, pues es una realidad que el amor de Dios sana profundamente.
El fanatismo religioso es probable que, al principio, la persona se sienta muy feliz porque al fin ha encontrado un sentido trascendente a su vida, supliendo todas esas necesidades afectivas que se experimentan desde pequeños. El sentido de afiliación viene junto con el de trascendencia y la persona aparentemente ha encontrado lo que se había perdido toda su vida. De manera inconsciente, tiene más peso en su interior lo que afectivamente está recibiendo del grupo que incluso lo que espiritualmente necesita recibir de Dios, solo que no logra ver la diferencia pues todo se percibe en el mismo “saco”.
A partir de allí, si la persona no comprende lo que de fondo le ha pasado, si la persona no sana sus heridas en un proceso consciente de reconciliación con su pasado, con su presente, con Dios y con los demás, incluyendo su propia familia, es posible que asuma una relación con Dios y con las personas del grupo al que se ha afiliado poco sana desde sus inicios. Esto comienza a gestar con el tiempo una enorme bomba de tiempo y que podrá o no detonarse dependiendo de otros factores que pudieran entrar en juego; como los rasgos de personalidad, los antecedentes genéticos, las buenas o malas experiencias que tengan con el grupo al cual se ha afiliado y los acontecimientos de dolor que se sumen a su vida entre otros.
Con este escenario comienza el aumento de todos aquellos síntomas externos que podemos ver en estas personas, pero interiormente en su estructura cognitiva y afectiva está ocurriendo el peor de los síntomas. Si a este cuadro se le suma un acontecimiento de dolor contundente, este hecho se convierte en un detonador natural que dispara todo lo que se ha gestado por años.
En la parte afectiva, la persona comienza a experimentar un sentido de trascendencia mal entendido, pues comienza a creer que ha recibido una misión especial de hacerle ver al mundo algo que nadie ha visto. Piensa que solo en su sabiduría personal, en sus estudios, en su inteligencia probada, en lo que ha hecho de exitoso en el pasado en su vida en el ministerio.
En el ámbito apostólico, sus conductas comienzan a ser muy erráticas, pues no saben trabajar en equipo, siempre desean imponer sus puntos de vista, son expertos manipuladores y desacreditadores de aquellos que tengan ideas contrarias a las suyas lo que hace muy difícil para otros, pues se ponen y son percibidos en un pedestal tipo cátedra difícil de alcanzar normalmente por el lenguaje rebuscado que muestra todo el tiempo lo mucho que “teológicamente” saben.
A nivel afectivo, todo esto recrudece el cuadro interior, porque en este punto la alegría de pertenecer a un grupo de amigos que aceptaban a la persona porque “todos” compartían creencias parecidas y similares, comienza a desvanecerse y la persona experimenta un rechazo social muy parecido al que experimentó en su infancia.
A nivel social, comienza una decisión de aislarse, dado que socialmente nadie desea estar con una persona que se comporta más como un juez o verdugo inquisidor que como un hermano o amigo.
A nivel espiritual, la persona sublima y ofrece todo este aparente rechazo social porque lo eleva a Dios y cree que es la parte que tiene que ofrecer por seguir siendo “coherente” con aquella misión que el mismo Dios le ha revelado.
Esta forma de vivir la fe rígida e intransigente ocasiona el rechazo de todos, pero al parecer la psicología se defiende justificando “que vale la pena ofrecer todo el rechazo por ser fiel a lo que Dios supuestamente le pide” y que, en el fondo, es hacer ver una aparente verdad que solo ha sido “revelada” por Dios a su persona.
En la dimensión cognitiva es donde está ubicado el motor de toda la acción del fanático religioso que se ve a posteriori, pues la persona ya se ha formado e informado con un nivel bastante óptimo de conocimientos por encima de la media. Generalmente ha estudiado mucho la teología y se muestra ante todos como una persona que conoce la materia en cuestión.
Su sentido de valoración ante la sociedad y ante el grupo familiar viene dado ahora no tanto por su inicial sentido de pertenencia al grupo o por su exitoso desempeño ministerial o apostólico, sino ahora por lo mucho que sabe y ese reconocimiento lo hace sentir afectivamente muy bien.
Su exagerado racionalismo crece directamente proporcional a la rigidez con la que comienza a vivir, pero a su vez, exige a otros vivir. Es como si comenzaran a saber tanto que “alguien” por designio divino los nombrara juez de la vida de otros, expresando juicios sobre como los demás están llamados o deben de vivir sus vidas.
Estas personas en cierto modo han comenzado a vivir sin miedo a lo social; es decir, han perdido el respeto por lo que deben y no deben de decir, pues sienten cierto poder que les otorga tanto conocimiento adquirido y comienzan a introducirse más en la vida de otros: a opinar más, a decir lo que nadie les ha pedido decir, a evaluar y dictar sentencia. En el fondo, la persona cree firmemente que le hace un bien al otro en decirle lo que piensa porque cree que la salvación del otro está en sus manos, sino el otro se “condenará”.
Una persona que ha estado viviendo por un tiempo creyendo algo de manera inadecuada, termina distorsionando la realidad que percibe. Ahora, lo que comenzó con un problema afectivo de la infancia en muchos de los casos, se torna en un problema de distorsión perceptiva.
Otro pensamiento distorsionado que surge y que altera la realidad de lo percibido, es el pensamiento del “debeísmo” donde la persona juzga todo en base a “debería o no debería”, aplicando con mucha rigidez y rigor los aspectos que analiza dejando por fuera aspectos situacionales, circunstanciales u otros relevantes del mundo, del tema o de la situación que percibe y que son sumamente importantes a considerar.
De igual forma, se suma otro elemento perturbador a la escena de manera ya formal y es otro pensamiento distorsionado llamado “falacia divina”. La persona en este punto ya está convencida de que ha recibido una revelación de Dios con esta aparente verdad absoluta que está llamado por vocación a hacer ver al resto de la humanidad. Esta falacia divina es lo que mantiene con tenacidad un falso misticismo, al perseguir a como dé lugar esta misión que aparentemente Dios les ha encomendado desde el cielo.
La persona en este punto presenta un deterioro que es visible para las personas que lo rodean. Sus pensamientos son de carácter obsesivo, utilizando una retórica manipuladora y sesgada de las citas evangélicas, la Sagrada Escritura o de cuánto documento haya estudiado donde cita compulsivamente sacando de un contexto global en que estos mensajes o textos deben de ser interpretados para poder justificar lo que en su distorsión perceptiva cree como una verdad.
Esto lleva a algunas personas que antes lo idealizaban y que quizás tengan poca formación a creer lo que dice, generando a su vez una enorme confusión. En otras personas, crea un grupo de adeptos que quizás provienen de las mismas carencias que la persona padece, lo que lo hace sentir aún más poderoso y con valor para ir por más.
En sus pensamientos obsesivos se confunde en sus interpretaciones creyendo que es lo mismo -por ejemplo– ser fiel con ser rígido, ser sincero con ser agresivo, la aceptación de algunas realidades humanas con la complacencia, la empatía y acogida al pecador con el ser laxo de conciencia, al diálogo interreligioso con la pérdida de la identidad o moral cristiana. Su vocabulario se centra obsesivamente en palabras polares como: pecado versus virtud, salvación versus condena, verdad versus herejía, sacrificio versus egoísmo, placer versus martirio, empatía versus aceptación de lo que está mal, misericordia versus traición a los dogmas de fe, entre otras.
En este punto la persona ya puede haberse convertido en una persona peligrosa que haya creado cierto escándalo social con su fanatismo y en otros casos optan por vivir su misión en silencio planeando las acciones culmen que corone finalmente su misión. Para ello, el problema en la dimensión cognitiva ya esta tan avanzado, que la persona comienza a presentar una propensión a la paranoia, pues mantiene una idea fija, delirante y obsesiva con su tema o verdad en cuestión pues piensa y siente que algo trascendente está sucediendo que pone en peligro el núcleo de la fe o de la salvación de los hombres o del destino de la iglesia universal.
Al final, el fanático tiene un deterioro profundo de su mente con patrones de pensamiento, emocionales y conductuales errados. Un fanático se adhiere de manera incondicional a una causa personal que defiende con constancia y tenacidad desmedida y hasta las últimas consecuencias sus creencias y opiniones. Muchos pueden estar dispuestos a morir con tal de llevar a cabo su misión.
El fanatismo no es religión, tampoco es fe, tampoco es una manera sana y equilibrada de vivir la fe. El fanatismo religioso es contrario a la fe porque convierte a las personas en algo muy ajeno a lo que es Dios, al amor que su hijo nos mostró en la cruz.
Una persona fanática separa, confunde, aleja, repele. Vive desde la razón, no desde el corazón. Vive de las ideas racionales, no de cara al amor que está llamado a acoger de Dios y entregarlo a otros para que, a su vez, se experimenten amados por Dios.
El fanatismo religioso es una forma muy equivocada de vivir la fe, porque justamente hace lo contrario a lo que la fe nos dice, lo que Jesús con su ejemplo nos ha dejado como legado en cada una de las páginas del evangelio.
El fanático religioso juzga rígidamente como si fuera Dios, confunde con su supuesta sabiduría al que no está formado, aleja al que se siente pecador y perdido. Muestra un ideal cristiano tan difícil de alcanzar, que infunde miedo al que apenas se siente motivado a acercarse.
El fanático cierra las puertas del corazón, del entendimiento, le cierra las puertas al amor, a la acción del Espíritu Santo, a la pedagogía de Dios siempre dispuesta a sorprendernos, a perdonarnos setenta veces siete, a acogernos con los brazos extendidos a cualquier hora, cualquier día, en cualquier lugar y circunstancia de la vida donde nos encontremos.
El fanático religioso posa un ideal que no es cristiano porque Cristo y su amor no es el centro de la vida, sino un ideal enfermizo que deshumaniza a las personas, inalcanzable de vivir, pero sobre todo que Dios no pide vivir. Una persona que nunca pudo integrar su dimensión afectiva de forma adecuada en su vida no podrá entregar a otro amor sino solamente sus ideas.
EL VERDADERO CAMINO
Jesús nos mostró una pedagogía muy clara en el evangelio. Fue duro y exigente con todos esos maestros de la Ley que vivían de una manera tan rígida, pero a la vez tan poco coherente al amor. Él dijo que vino a salvar a todos los pecadores, pidió que el que estuviera libre de pecado tirara la primera piedra. Habló del amor. Mostró compasión al humilde de corazón, al que estaba perdido en el camino. Se acercó, los escuchó, se ganó su confianza y con la experiencia del amor que los demás recibían en sus corazones fue que los conquistó y ese amor fue lo que transformó sus formas de vida.
Esto es lo que Cristo vino a enseñarnos. Eso es lo que de mi religión siempre me ha motivado: el sentirme profundamente amada por Dios a pesar de mis fallas. Esa es la garantía del amor de Dios, que nos ama incondicionalmente y nos ama siempre.
Esto es lo que me motiva cada mañana y lo que deseo compartir con todo el que Él se cruce en mi camino. Compartir de la forma que sea, todo ese amor que Él me ha entregado a otros que no lo conocen intentando hacerlo de la misma forma como Jesús lo ha hecho conmigo. Al final, simplemente ser un espejo de su amor.
La razón fue dada para iluminar nunca para oscurecer, separar o dividir. Si estás en un camino espiritual serio, por favor, evalúa como estás viviendo tu espiritualidad para que aquellos al verte se sientan llamados a acercarse a Dios, pero nunca juzgados, rechazados, separados, señalados o divididos.
Estamos llamados a ser instrumentos del amor. A unir, juntar, guiar, invitar, reparar, perdonar, integrar, a tirar puentes, a consolar y acompañar, a encontrar paz y ayudar a otros a encontrar la paz que sus corazones anhelan. Nunca a separar, juzgar, desintegrar, desunir, generar inquietud o confundir, pero mucho menos en nombre de un Dios que no lo pide.
Estamos llamados a ser luz que ilumine la vida de otros, pero siendo espejos del amor de Dios en otros. Dejemos en manos de Dios los juicios de los hombres y asumamos con humildad y sencillez, que todos somos pecadores.
Bibliografía: Vallenilla. M,(2018, enero, 02),El fanatismo religioso, Psicología Católica Integral.
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