Los pensamientos positivos por el contrario potencian emociones positivas (alegría, anhelo, felicidad, ilusión, bienestar físico…), pero también muchos comportamientos dirigidos a la gratificación y a la resolución de problemas. Se ha demostrado que quienes gozan de estas emociones incrementan su estado de salud. Se habla incluso de hasta 10 años de diferencia.
Cuando el estado de ánimo es sombrío la vida en general nos resulta deprimente pero si el humor mejora, las relaciones sociales, las esperanzas de futuro, la ilusión por todo es mucho más activa, gratificante y positiva.
Vivimos en una sociedad que cada vez nos pide más, que nos exige un esfuerzo titánico para incrementar los bienes materiales, el prestigio social y todo aquello que se nos presenta como deseable pero que termina con la salud de la persona. Siempre hay alguien con quien compararse y siempre encontraremos alguien que esté por encima de nosotros y que tenga más que nosotros.
Estamos en una sociedad donde se busca la felicidad por encima de todo y eso es lo que se nos vende: playas, viajes, coches, hoteles, fiestas, drogas, rebajas, concursos, ropas caras y baratas, glamour… Muchas personas piensan que si tuvieran mucho dinero serían inmensamente felices porque podrían comprar felicidad, pero no es así pues nos encontramos con altas tasas de depresión, de ansiedad u otras patologías.
El pensamiento positivo es algo que se puede aprender. Cuántas veces visualizamos las mismas escenas negativas una y otra vez, cuántas veces nos las repetimos, nos las contamos de mil maneras y todas a cuál peor, cuántas veces anticipamos lo negativo y nos recreamos en el dolor, en la preocupación, en el miedo, en la angustia, en la desesperación, en la impotencia… ¿Os habéis planteado qué ocurriría si hiciéramos lo contrario? ¿Si nos contáramos una y otra vez las mismas historias pero bajo un punto de vista positivo y nos recreáramos en ello? Hay dos palabras que son mágicas: ¡PUEDO! y ¡QUIERO! Puedo hacerlo, quiero hacerlo, sólo tengo que intentarlo.
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